Reflexión para hoy:

     

sábado, 17 de diciembre de 2011

LAS CALAMITOSAS COMUNIDADES AUTONOMAS 02



El bodrio autonómico se gestó en plena transición de la dictadura a la democracia para satisfacer las ansias de autogobierno de algunos catalanes y vascos. ¿Pero y el resto de las regiones? ¿No tenían también derecho a esos privilegios?

Después de casi 4 décadas de caudillismo había en España cierta casta política muy comprometida con la democracia cuando el riesgo de ir a la cárcel por eso ya no existía. Se trataba de tipejos que soñaban despiertos haber corrido delante de los grises. Políticos caciquiles y paletos a los que algunos desaprensivos decidieron satisfacer para llegar al “consenso”. Por este motivo, esa “transición a la democracia” debería facilitarles moqueta oficial y un sueldo de por vida sin necesidad de trabajar.

El problema es que los nuevos señores caciques de la periferia no se conformaron sólo con el sillón oficial y con pillar  pasta gansa a costa del erario público. Lo grave es que esos paletos, con la connivencia de algunos residentes del Palacio de la Moncloa, se obstinaron en llevar a la práctica, en diferente grado,  políticas caprichosas, liberticidas, racistas, sectarias, inútiles, contraproducentes y que esquilman sin piedad el bolsillo del contribuyente; hasta el punto de arruinar a la ciudadanía y de necesitar pedir dinero prestado, en forma de emisión de deuda pública, para seguir con sus sueños nacionalistas. Deuda que pagaran los hijos y nietos de todos los españoles. 

Muerto el caudillo, y de forma chapucera, se decidió que existirían dos tipos de comunidades autónomas con distinto grado de autonomía o de velocidad para alcanzarlo: Las “históricas” y las que no lo eran. ¡como si Asturias, Castilla y León o Aragón no tuvieran historia!

El problema del "café para todos" es que algunos siempre quieren más café como ocurre con las Vascongadas y con Cataluña puesto que los paletos de allí se sienten superiores a un ciudadano extremeño o  riojano. ¡A ver que se han creído si ni siquiera chapurrean un dialecto! -Dicen ellos-. Sin embargo, los valencianos se agarran al puto dialecto y también quieren el cupo vasco, la bilateralidad catalana y un PER de arrozal y barraca. Luego los andaluces, canarios, gallegos, etc,  dicen: ¿Qué hay de lo mío? Y así les va a los españoles.

Es hora de los referendos. Es hora de preguntar a los ciudadanos de esa parte oriental de la piel de toro al sur de los Pirineos, si quieren seguir siendo españoles o si desean ser independientes y convertirse en  rabo o pezuña. No caben soluciones intermedias. Incluso ha llegado el momento para que España pueda  independizarse de aquellas regiones que se sienten oprimidas por el resto.

Es indudable que la experiencia del Estado Autonómico habría sido menos traumática si se hubiera planteado  bajo el principio de corresponsabilidad fiscal propio de los estados federales, puesto que  gastar sólo en función de lo que se ingresa es una magnífica forma de promover la sensatez; más si hablamos de una casta política manirrota, con intención de medrar y de perpetuarse en el poder  a costa de contentar a sus representados.

Pillar dinero del Estado y gastar a lo loco, sin rendir cuentas, se ha acabado. La pesadilla del  Estado de las Autonomías, que no ha servido en absoluto  para satisfacer  las ansias caciquiles de vascos y catalanes, no es sostenible. ¡Ya está bien de que regiones como las Vascongadas o Navarra conserven sus privilegios económicos sólo por haberlas ofendido al ser tratadas como otras vulgares regiones. Unos privilegios que les permiten ser, de hecho, paraísos fiscales dentro de España; lo que les asegura una prosperidad económica superior al resto de comunidades autónomas. Privilegio que recientemente también se ha otorgado a Cataluña, por medio del último estatuto zapateril. ¿Dónde está la puñetera igualdad entre españoles?.

Las ansias voraces de unos y la de otros ha alimentado el sentimiento de agravio en todos los territorios y ha convertido el Estado de las autonomías en una trifulca continua como las que tienen los hijos pequeños. Riñas que siempre acaban en el momento de que el padre levanta la voz expresando su enfado y  propinándoles un cachete a cada uno.


 






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