Reflexión para hoy:

     

domingo, 5 de junio de 2011

Yoyes



El Estado, el pueblo, la colectividad son cosas abstractas. No existen. Los que realmente existen son los individuos que conviven y cooperan pacíficamente.


¿Qué es el Estado? ¿Qué es el pueblo? ¿Qué es la colectividad? No son nada si no hay individuos libres. No existe sociedad si no hay gente que actúe con libertad y respeto mutuo.

No me cansaré de decir que las filosofías colectivistas se desvanecen y empiezan a sucumbir en el momento que avasallan a sólo uno de los individuos.

La supuesta legitimidad de los derechos sociales o de ciertas ideologías liberticidas y sanguinarias, se basa en afirmar que los derechos de algunos están por encima de otros. Esto es el principal error porque hace difícil la convivencia. Las mayorías no pueden prevalecer sobre las minorías, cuya minoría más diminuta es el individuo. El individuo o la persona es un concepto real al contrario de los conceptos abstractos, artificiales y alienantes denominados colectividad, pueblo o Estado.

Propio del totalitarismo que yace en la mente de muchos mediocres, se pretende imponer de forma coactiva una particular visión del mundo alimentando de nuevo a la bestia que devorará a todos, incluso a ellos mismos. Nadie se escapará.

Una bestia monstruosa en forma de Estado totalitario, colectivo y todopoderoso que pisoteará, a capricho, a todos los individuos; cuyas almas y voluntades, previamente, habrá sustraído para convertirlos en seres alienados, sumisos, frágiles y dependientes.

En la película que hoy analizamos, el grado de lobotomización socialista y la embriaguez de consignas que tiene, en su juventud, Dolores González Catarain (alias “Yoyes”), le empujan a decir estupideces de gran calibre como podemos observar en una escena en la que afirma que “odia la felicidad burguesa”, como respuesta a la petición de su novio de compartir una vida con ella y tener hijos. Sin embargo, al final de su vida, Yoyes se da cuenta que vivir en familia en paz, con honestidad y cerca de tus hijos, es lo más importante de una persona. Yoyes llega a comprender que ninguna ideología vale una vida humana.

La familia es la base de la civilización puesto que dota a los individuos de la necesaria independencia y asistencia humana desinteresada. Por eso el socialismo siempre se obstina en destruir la familia y hacer que los individuos sean dependientes. Dependientes del Estado todopoderoso. Un Estado en manos de mediocres e iluminados que lo parasitan.

Yoyes entra en razón al final de su vida. Pero ya era tarde. Yoyes ya estaba condenada a muerte por el propio monstruo que ella misma creó.

Yoyes plasmó estas palabras en su diario:



Muchos son culpables de esta injusticia, ¡demasiados! Hay otros que no pero son impotentes ante ella. Hay también mucho silencio cómplice. Mucho miedo en la gente ante todo, ante su propia libertad... ¡cuánta mierda! (...) El mito de ETA, la hidra sangrienta que nos atenaza: En este mito, la persona de carne y hueso que es un sustrato, no existe más que como tal sustrato, no es humana.



La historia se repite. También Robespierre, Saint-Just y Georges Couthon fueron devorados por la bestia que ellos mismos habían alimentado. Los revolucionarios rara vez analizan la historia y desconocen que al igual que sucedió con Trotski , con Andreu Nin o con algunos ilusos que compartieron la lucha en Sierra Maestra con el déspota Castro, la revolución siempre devora a sus propios hijos.

Cualquier socialismo sea marxista o nacionalsocialista siempre acaba matando a los suyos. Recordemos también a aquellos paisanos y oficiales que hicieron grande a Hitler y luego fueron masacrados por el propio nazismo.

El socialismo es siempre el mismo, sea nacionalsocialista, bananero, soviético o ese socialismo abertzale que acabaría con la vida de Yoyes, la protagonista de la película que hoy visionamos.

Parecía que en el siglo XXI, el sueño utópico del socialismo sucumbiría por el desgaste que supuso su fracaso en el siglo anterior; pero vemos que surgen nuevos déspotas arropados en pseudodemocracias, como son los casos venezolano, boliviano, ecuatoriano, etc., todos fieles a su maestro Fidel. Todos intentando conservar la trágica fórmula para llevar la desgracia, la desesperación y la miseria a sus pueblos.

Muchos creen infantilmente, como Yoyes lo creía en su alocada juventud, que el socialismo que defendía era distinto. Pero el monstruo volverá a despertar devorando a todos. A los disconformes primero y luego a los conformes. Estos, incluso, como se escuchó en el pasado, volverán a gritar antes de ser fusilados "¡Viva la revolución!"; ignorando que es la locura de la propia revolución socialista la que aprieta el gatillo que destrozará su corazón.






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