Reflexión para hoy:

     

sábado, 26 de febrero de 2011

Poner puertas al campo


Prohibir la tenencia de armas de fuego es como poner puertas al campo. Los únicos que no traspasan esas puertas son los buenos ciudadanos.

No importa cuán seguro es un país. No importa cuán reducidos son los índices de delincuencia porque si el Estado es incapaz de asegurar que no existe ni un sólo delincuente armado, no tiene ninguna autoridad moral para prohibirle a un ciudadano honesto y cumplidor de la Ley que posea un arma que haga realidad su derecho a la legítima defensa.

Los ciudadanos honestos nunca debemos olvidar que de la cárcel se sale andando, del cementerio no.

Los indeseables del video que muestro a continuación. Sí, esos que le gritan al magistrado en pleno juicio: "¡Ven aquí, cabrón, que te voy a arrancar la piel a tiras y te voy a meter siete tiros!"; siempre tienen y tendrán armas de fuego a su disposición.








Analicemos dos naciones sacudidas por el terrorismo:


En Israel 3 terroristas asaltaron un McDonald’s con la idea de asesinar al mayor número de clientes que disfrutaban apaciblemente de su hamburguesa. Afortunadamente, y es triste decirlo así, sólo les dio tiempo a matar a una persona antes de que unos ciudadanos israelíes que se encontraban en el local respondieran con sus armas abatiendo a los terroristas. Esto fue posible porque en Israel existe la posibilidad de tenencia de armas de fuego. Sería una locura que no fuera así si analizamos a los vecinos que rodean a esa nación libre y próspera.

En España la reacción ciudadana no frena a los terroristas porque las personas honestas y respetuosas con la Ley no cuentan con los medios para ello. En España el terrorismo etarra siempre ha estado y estará envalentonado puesto que sabe que sus acciones no las pagan con la muerte. En una región española denominada Vascongadas, miles de ciudadanos viven con la continua amenaza de ser víctimas de un tiro en la nuca, de la explosión de un paquete bomba, de un largo y penoso secuestro o de la extorsión que supone el pago obligatorio del impuesto pseudorevolucionario.





Una gran parte de la ciudadanía vasca, antes que luchar por su Libertad, prefiere ser sumisa al chantaje etarra ganándose así el perdón momentáneo. Otra parte sustancial de la ciudadanía decidió, hace tiempo, desterrarse para evitar el enfrentamiento. Por último, una minoría bizarra se niega a respaldar moral y económicamente la locura etarra; por lo que algunos se han armado como han podido para defender lo más sagrado de una persona, su vida.

Para estos últimos ciudadanos la libre tenencia de armas de fuego les facilitaría su existencia sin necesidad de recurrir al mercado negro y ser perseguidos, a su vez, por esas fuerzas y cuerpos de seguridad que financian con sus impuestos para que les protejan y no para que les metan en la cárcel por el hecho de defender su integridad física.

La única solución razonable es permitir que los ciudadanos que lo deseen se defiendan por sí mismos, puesto que el Estado no suele cumplir con su principal cometido de garantizar su seguridad; sin perjuicio de que los que gestionan el Estado, en ciertas ocasiones, protegen a los terroristas y los ayudan a descansar ofreciéndoles sillas en los ayuntamientos vascos para que reposen sus culos asesinos en calidad de alcaldes y concejales. De esta forma reciben respaldo institucional y dinero, robado vía impuestos, de esa ciudadanía española que tanto odian y matan; dinero que les posibilita seguir con su negocio sangriento.













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