Reflexión para hoy:

     

viernes, 24 de diciembre de 2010

La Zona Gris




Nacionalsocialismo y Comunismo son variantes ideológicas del socialismo que arrasan sociedades hasta hundirlas en la miseria y el caos. Ambas se basan en la aplicación de la ingeniería social; utilizando herramientas como el adoctrinamiento y el terror, imprescindibles para poder perpetuarse.

El nacionalsocialismo de HItler gaseó a millones de seres humanos, la mayoría judíos. El marxismo soviético de Stalin exterminó a millones de campesinos que se oponían a la expropiación de sus tierras. El comunismo camboyano de Pol Pot redujo la población en un 25% en su particular genocidio protagonizado por los Jemeres Rojos para crear la sociedad perfecta.

Hablando de judíos, además de los medios de masas manipuladores siempre hay estúpidos que con facilidad reproducen los viejos estereotipos antisemitas creados por la propaganda sectaria. En la cabeza de esos mediocres rebosa el sentimiento de indignidad moral hemipléjica y catalogan siempre a los mismos de buenos y a los otros de malos.

Esos memos suelen echarse las manos a la cabeza indignados cuando visionan películas sobre los campos de exterminio de la Alemania de Hitler en los que se gasean e incineran judíos. Son los mismos idiotas que ahora no quieren enterarse que los vecinos de Israel aspiran para el pueblo hebreo lo mismo que anhelaba ese sanguinario régimen nacionalsocialista.

Esos imbéciles suelen manifestar su espanto y critican el comportamiento defensivo del ejército de Israel. Pero lo que realmente produce aversión son ellos y esos terroristas de Hamás lanzando misiles para luego parapetarse entre sus hijos y, algunos, entre sus cuatro esposas.

No hay duda de que si Israel mantuviera una política débil, sería enseguida arrasada. Sería un segundo holocausto.



Recordemos dos frases que manchan de sangre a una sociedad:

Año 1939, "Un judío, independientemente de su edad, es claro que es un ser vivo; ahora bien, no puede afirmarse que sea un ser humano, no hay base científica para ello". Adolf Hitler (Partido Nacionalsocialista Alemán)



Año 2009, "Un feto es un ser vivo, pero no puede ser un ser humano porque eso no tiene ninguna base científica". Bibiana Aído (Partido Socialista Obrero Español)






En cuanto a la película, la historia se centra en la mezquindad del comportamiento humano, tanto de los guardias del campo de concentración de Auschwitz, como de los integrantes de ese comando especial de prisioneros judíos encerrados en dicho campo, que ayudaban en el exterminio de sus compañeros judíos a cambio de conseguir unos meses más de vida.






Visionar otras películas

sábado, 18 de diciembre de 2010

Historia contemporánea de España



Es un hecho que sin libertad no existen hombres sino vasallos, y los vasallos no tienen patria, tienen amo.

Aquellos liberales de 1808 se percataron de esto y de que la rebelión popular, en la que muchos españoles dieron su vida por la Patria, tuvo como fundamento el anhelo de Libertad e independencia.

Es posible que, Incluso en aquella época, la gente del pueblo llegara a comprender que sin Libertad no había patria, y entiéndase por patriotismo lo que bien dice mi amigo Mario:

No hay que confundir el nacionalismo de orejeras y su rechazo del “otro”, siempre semilla de violencia, con el patriotismo, sentimiento sano y generoso, de amor a la tierra donde uno vio la luz, donde vivieron sus ancestros y se forjaron los primeros sueños, paisaje familiar de geografías, seres queridos y ocurrencias que se convierten en hitos de la memoria y escudos contra la soledad. La patria no son las banderas ni los himnos, ni los discursos apodícticos sobre los héroes emblemáticos, sino un puñado de lugares y personas que pueblan nuestros recuerdos y los tiñen de melancolía, la sensación cálida de que, no importa donde estemos, existe un hogar al que podemos volver.

Fueron aquellos liberales los primeros en entender que la revuelta popular sería la simiente que podría transformar el antiguo régimen, haciendo posible el concepto de Nación como sujeto de la soberanía popular, es decir, una nación de ciudadanos y no de siervos.

Aquellos liberales de 1808 estaban convencidos de que la tiranía era la causa de la degeneración y la miseria social. Por ello la regeneración de la patria pasaba por la reivindicación de la Libertad, que fue plasmada en una Constitución Liberal, la de 1812, “La Pepa”; como así la llamaba el pueblo castizo. En eso consistía el patriotismo liberal que consolidaron aquel puñado de hombres adelantados a su tiempo, en la batalla por transformar la feudal nación española en otra moderna de ciudadanos libres e iguales, porque ¿Qué era España en aquel año? Un reino, o sea, el patrimonio de la familia real. De ahí que aquella Constitución de Cádiz determinara que: "La Nación española es libre e independiente, y no es ni puede ser patrimonio de ninguna familia ni persona".

Fueron aquellos liberales, con entusiasmo heroico, los que impulsaron la Constitución de 1812. Ley de leyes que limitaba al Estado, que otorgaba la soberanía al pueblo, que reconocía los derechos fundamentales de los ciudadanos y que separaba los tres poderes de los que habló tanto Monsieur Montesquieu. El texto liberal de Cádiz fue un golpe para las mentes ancladas en el pasado feudal, tanto españolas como europeas, no por su espíritu revolucionario, sino por su capacidad de movilización y aspiraciones.

Lamentablemente muchos de los propósitos de aquellos liberales siguen vigentes en las mentes de los verdaderos liberales del siglo XXI, porque seguimos reivindicando la deseada separación de poderes, una nación de ciudadanos libres e iguales, es decir, sin discriminaciones positivas o negativas, sin discriminaciones de partido, de raza, idioma, sexo o religión.

No debemos olvidar que la conquista de la Libertad en la Constitución de 1812 supuso un éxito fugaz, porque pronto fue socavado por el despotismo real del indeseable y perverso monarca Fernando VII, ¡Borbón por supuesto!, en el que confiaron aquellos ingenuos liberales antes de perecer en el paredón o pudrirse en la cárcel.

Quizás, en aquellos años el pueblo español estaba aún contagiado del cáncer del antiguo régimen y aquellos liberales no hicieron otra cosa que adelantarse a su tiempo. Fue un primer paso por la lucha de la Libertad; no definitivo, pero sí irreversible, al que se opusieron implacablemente los liberticidas de la época.

Es obvio, que ser liberal en España siempre ha sido una tragedia y una fuente inagotable de desengaños puesto que, en todo momento, los liberales hemos combatido en dos frentes a la vez; por un lado contra los liberticidas de izquierdas o pseudoprogresistas relativistas; y por otro, contra los liberticidas de derechas o caciques mercantilistas.

Cuando aquellos cándidos liberales proclamaron la Constitución de Cádiz pensaron que en el futuro todo iba a resultar fácil y que su penosa patria, hasta entonces, dejaría de serlo e iluminaría el Universo. Se equivocaron, entre otras cosas, por no valorar adecuadamente a esos dos enemigo de la Libertad.

En los siguientes años España se iluminó, claro que sí, pero a causa de los fogonazos de los fusiles en pronunciamientos cuarteleros, en los conflictos bélicos de ultramar y en los fusilamientos sumarios al amanecer. Los años posteriores fueron tiempos de maquinaciones, de perjurios, de deslealtades, de la vuelta al absolutismo clásico protagonizado por el Borbón Fernando VII, el felón.

Sin embargo, a pesar de no dudar personalmente que la sociedad española, en cuanto a su mentalidad, no en calidad de vida, aún sigue anclada en el rancio pasado del “¡vivan las “caenas”!; Los liberales asilvestrados como yo debemos continuar con esa gallardía bizarra que empujó a aquellos héroes anónimos de 1808 en la búsqueda de la Libertad. Esa Libertad que tantas zancadillas ha recibido de los liberticidas, de todo signo y color, durante los últimos siglos que conforman la historia contemporánea de nuestra patria, España. Porque sin Libertad no hay patria.






DE LA RESTAURACIÓN A LA GUERRA CIVIL
































domingo, 12 de diciembre de 2010

El perverso neomarxismo gramsciniano





Las nuevas artimañas de los liberticidas están encaminadas a ganarse el imaginario social. Están orientadas a la transformación de la conciencia política y cultural, sustituyendo la visión del mundo tradicional por un neomarxismo pseudodemócrata y relativista como paso previo e imprescindible para la creación del nuevo orden socialista del siglo XXI.

Ya lo dijo el demagogo Antonio Gramsci: “Es necesario primero transformar radicalmente el alma humana para que el poder caiga en manos de la izquierda, como fruta madura”.

Los socialistas han comprendido que su añorada revolución de trincheras no podía funcionar en el siglo XXI, entre otras cosas, porque la calidad de vida en el mundo ha mejorado. Existe menos miseria que en el pasado gracias a que la libertad y el mercado libre se abren camino rápidamente gracias a la globalización; sin perjuicio de que la ciudadanía, con un simple “clik” de ratón, tiene a su alcance toda la información; por lo que ahora, a diferencia de tiempos pasados, es más difícil de engañar al populacho.

Es difícil empujar a las masas a la “lucha final” por una perversa causa revolucionaria cuando la mayoría de los ciudadanos viven bien y no puedes utilizar la ignorancia y la miseria para manipularles. También es complicado recurrir a la demagogia cuando la gente dispone de pluralismo de opinión no controlada por el poder, como la que te facilita internet.

Para combatir esto, los liberticidas tienden a infiltrarse en el sistema, corromperlo desde dentro y dar un vuelco social sin que nadie lo perciba, salvo tipos asilvestrados como yo y los que siguen ésta bitácora, que vamos por delante de ellos.

Esa maldita tarea subversiva y corrupta la protagonizan fundamentalmente los "intelectuales orgánicos" del nuevo socialismo. Me refiero a esos subvencionados titiriteros vociferantes de la pseudocultura de la “pasta” y a esos mercenarios lameculos de los medios de comunicación que pisotean sin piedad el honorable oficio de periodista. Oficio que consiste básicamente en la búsqueda de conocimiento y la transmisión veraz de la información, algo fundamental para que los ciudadanos que viven en las verdaderas democracias puedan orientarse. En el aspecto económico el hediondo y obsoleto keynesianismo ha cumplido a la perfección la tarea liberticida.

Los neomarxistas tienen la imperante necesidad de subvertir el sistema de valores tradicionales basados en el respeto, el esfuerzo y la excelencia; como elemento previo e imprescindible para el éxito de su ideal socialista. Ellos pretenden erosionar las bases de nuestro sistema de vida y hacer posible su sueño totalitario en el que la familia, el derecho a nacer y vivir la senectud, la propiedad privada y la moralidad acaben siendo vestigios del pasado. Ellos necesitan ganar para su pérfida causa al sector intelectual, al religioso, al cultural, al educativo, o sea, a los sectores con más dinamismo de ideas; todo con el propósito de asegurarse que, en varias generaciones, se transforme de forma radical el esquema social dominante que tanto progreso y desarrollo ha traído a los países más prósperos y libres.

Ellos se empeñan en infundir en los jóvenes el odio al tradicional sistema de valores, la moda de la contracultura, el pacifismo rosa, el ecologismo engañabobos, el estúpido antiamericanismo, la imposible alianza de civilizaciones, el falso buenismo y demás gilipolleces encuadradas en lo políticamente correcto.

Actualmente los nuevos liberticidas coinciden plenamente con los propósitos del marxismo del siglo pasado, que se basan en la creación de una nueva sociedad moldeada según los criterios de la ingeniería social. Lo único en lo que difieren de los viejos socialistas es en la forma de conseguir tales objetivos, sin ser ya necesario recurrir al AK-47, ¡por ahora!.

Los liberticidas tienen una necesidad imperiosa de conquistar la hegemonía cultural antes de intentar acabar completamente con la Libertad del individuo; de contaminar las fuentes de formación e información de los ciudadanos; de revolucionar sus costumbres; de ostentar el dominio ideológico en la escuela, universidades y medios de comunicación; de sentar las bases para el acceso al poder mediante la demolición de las creencias, de las referencias éticas y los códigos morales.

Los liberticidas del siglo XXI únicamente pretenden hacer realidad la doctrina de Gramsci y Lukács, esos marxistas, que idearon el “terrorismo cultural”, es decir, la necesidad de llevar la lucha de clases al campo de la cultura de masas.

Sin embargo, aparte de un puñado de anarcoliberales asilvestrados como yo, siempre han tenido un significativo rival milenario y consolidado, que no es perfecto, pero que muchas de sus buenas obras garantizan su continuidad futura. Ese rival es la Iglesia católica. Por eso, siempre han combatido a muerte las creencias religiosas cristianas incluso llevándose por delante a inocentes monjitas; por eso deben infiltrarse también en la propia Iglesia.

Existe un precedente. Es lo que sucedió con la denominada "Teología de la Liberación" en la que prevalecía la defensa del socialismo. Esta teoría fue promulgada por los jesuitas, sobre todo en Latinoamérica, empujando a los católicos a abrazar el marxismo-leninismo. El invento consistía en una particular doctrina que reuniera a los grupos de base y a los movimientos clericales contestatarios con la idea de crear una nueva Iglesia que defendiera a los más humildes a la vez que destruyera a la vieja jerarquía entregada a ese denostado capitalismo que tanto odian los liberticidas, sobre todo por haber sido la economía de mercado capaz de sacar de la miseria a millones de seres humanos sin necesidad de socialismo. Y en eso están.

Pero también parte de la iglesia tiene mucha culpa de que los liberticidas cumplan su objetivo. Sobre todo esa iglesia casposa que echa a patadas de sus “ondas” a comunicadores honestos y de principios sólo por querer más Libertad para la ciudadanía y menos Estado intervencionista siempre en manos de los parásitos de la política.

¡Por esto, estimados seguidores de esta humilde bitácora, os vuelvo a recordar que actualmente la batalla para defender vuestras libertades se libra en el terreno de la opinión pública!

Ganar la opinión pública exige, por una parte, una crítica incisiva y veraz del poder totalitario enmascarado en la democracia, y por otra, una alternativa capaz de atraer a la mayoría de la ciudadanía, hacerla recapacitar y motivarla para que reflexionen; liberándose del sueño anestésico perverso al que ha sido sometida por esa caterva de políticos populistas liberticidas gramscinianos.

martes, 7 de diciembre de 2010

Tema 16. Los precios. Competencia y monopolio

LOS PRECIOS

1/6. Valoración y tasación


2/6. El cálculo de costes


3/6. Principio general de los costes


COMPETENCIA Y MONOPOLIO

4/6. Competencia: la definición correcta y la errónea.

Texto de referencia: Competencia y monopolio, Israel M. Kirzner. Lecturas de economía política



5/6. Monopolio: la definición correcta y la errónea.


6/6. Crítica a la llamada "ley de defensa de la competencia"

TOM SMITH Y LA INCREÍBLE MÁQUINA DE HACER PAN

(R.W. Grant)

Esta peregrina historia
trata del buen Tom Smith
que le quitó el hambre al mundo
y pasó de héroe a vil

Tom fabricaba juguetes
eran su especialidad
por eso a todos asombra
cuando se pone a hacer pan.

La máquina que ha inventado
no es de poco más o menos:
hace el pan casi de balde,
en rebanadas y envuelto.

¿Imagináis el milagro?
¿Calculáis las consecuencias?
Al fin come el mundo entero
gracias a Smith y su ciencia.

Le recibe el Presidente,
todo el mundo le festeja,
y honores y distinciones
llueven sobre su cabeza.

Pero ¿hay algo tan voluble
como la cochina fama?
De Tom, héroe hoy,
nadie se acuerda mañana.

El tiempo vuela; y Smith,
aunque se ha hecho millonario,
no es ya nadie para quienes
comen su pan a diario.

"¿De dónde viene ese pan?"
le preguntáis a la gente;
y ellos comen y se extrañan:
"¡Ah!, ¿pero no lo hubo siempre?"

La verdad es que eso a Smith
no llega a quitarle el sueño,
pues piensa:"Todo va bien:
yo rico y ellos contentos"

¿Qué todo va bien, Smith?
No contabas con la huéspeda.
Si no, ved lo que pasó
a partir de aquella fecha

en que, al subir los impuestos,
y aun sin irse de la mano,
tuvo que subir el pan
¡Ahora cuesta ya un centavo!

"¿Qué pasa?", clama la gente.
"¿Qué pretende el muy infame?
¿Quiere apilar más millones
a costa de nuestra hambre?"

(Vean su caricatura
-gran panza, hocico porcino-
quitando el pan de la boca
a un famélico chiquillo.)

Como el Pueblo es lo primero,
nadie lo podrá discutir
que en asuntos de esta clase
a él le toca decidir.

Intervienen presurosos
los agentes del gobierno,
y lo que encuentran les pasma:
El "trust del pan", nada menos.

La cosa se pone seria,
y, curándose en salud,
Smith decide pasarse
por la oficina antitrust.

Allá va, sombrero en mano:
"Les han engañado a ustedes.
No he quebrantado la ley".
Pero el funcionario advierte:

En época tan compleja
no basta la ley, hermano.
Es mucho más eficaz
dejarlo de nuestra mano.

Y por si usted no se encuentra
ducho en estos menesteres,
le diré cuál es la norma
para que de una vez se entere:

Aumento ilegal de precio
es cobrar más que un colega,
pero si cobra usted de menos
es desleal competencia.

Y téngalo bien presente,
no haya en esto confusión:
Si cobran todo lo mismo
será confabulación.

Debe competir, es cierto,
pero ande con pies de plomo,
pues si conquista el mercado
¡qué más claro monopolio!"

¿Precio abusivo o escaso?
El uno al otro no quita.
Si el Bien Público está en juego,
¿por qué no la parejita?

Y, pues no cuesta trabajo,
a mayor abundamiento
le añaden el monopolio.
¡Hay que hacer un escarmiento!

"¡Cinco años!" truena el juez
"y bien pudieran ser más.
Hay que enseñar a esta gente
respeto a la sociedad".

Ahora el pan lo hace el gobierno,
y -no es preciso decirlo-
todo está bien controlado
y el público protegido.

Claro que el pan sale a dólar.
Pero el Estado lo vende
a medio centavo. (El resto
Lo paga el contribuyente.)







VOLVER A LA PRIMERA LECCIÓN

domingo, 5 de diciembre de 2010

Los gritos del silencio





En Camboya tuvo lugar el experimento de ingeniería social más atrevido y radical de todos los tiempos. Fue el socialismo llevado a su consecuencia lógica, a su mayor extremo. El dinero desapareció y la colectivización integral se llevó a cabo en sólo dos meses. El gobierno socialista del Angkar duró tres años y ocho meses y sembró de cadáveres el país. El fatal resultado del experimento socialista fue el de dos millones de muertos para una población total de ocho millones.

En la nueva Kampuchea democrática no había cárceles, ni tribunales, ni universidades, ni institutos, ni moneda, ni deporte, ni distracciones… En una jornada de veinticuatro horas no se toleraba ningún tiempo muerto. El país era un inmenso campo de concentración. Ya no había justicia. Era el Angkar el que decidía todos los actos de la vida de los ciudadanos.

El líder de esta pesadilla, Pol Pot, así como sus Jemeres Rojos iniciaron en 1970 una guerra civil apoyada por el gobierno de Ho Chi Minh. Ya entonces, mostraron su extrema crueldad. No sólo los prisioneros fueron maltratados y ejecutados, sino que también fueron encarcelados sus familias, reales o inventadas, monjes budistas, gente sospechosa en general, supuestos intelectuales sólo por el hecho de saber leer o tener gafas que posibilitaban la lectura. Los malos tratos, el hambre y las enfermedades acabaron con casi todos ellos y, desde luego, con la totalidad de los niños detenidos.

En las prisiones se numeraba y fotografiaba a las víctimas antes de su ejecución. Si el torso estaba desnudo, el papel con el número se sujetaba con un imperdible clavado en la piel.

El terror que se vivió en la guerra no era más que el preludio de lo que llegaría después de finalizar el conflicto bélico el 17 de abril de 1975, con el triunfo de Pol Pot. La primera medida fue el desalojo de los más de 3 millones de habitantes de las ciudades. Esto provocó la división entre "viejos" (los campesinos de siempre) y "nuevos" (los habitantes de las ciudades reconvertidos), de los que estos últimos se llevarían la peor parte de la represión que vino más tarde.

La Kampuchea democrática dejó en sus supervivientes una pérdida completa de valores. La supervivencia exigía la adaptación a las nuevas reglas del juego, de las cuales la primera era el desprecio a la vida humana. "Perderte no es una pérdida. Conservarte no es de ninguna utilidad", según rezaban los manuales del Angkar.

Pol Pot anunciaba un futuro radiante en sus discursos. Prometía pasar de la tonelada de arroz por hectárea y año, a tres en un futuro breve. El arroz se convirtió en el monocultivo. Los mandos obligaban a trabajar sin descanso a sus esclavos asignados para mejorar la reputación entre sus superiores. En algunos extremos se llegaba a jornadas de 18 horas, en la que los hombres más robustos eran los que padecían mayores exigencias y, en consecuencia, morían antes.

No obstante, la planificación central y el desprecio por la técnica (sustituida por la educación política) destruyeron la hasta entonces siempre próspera cosecha arrocera camboyana. Para finales de 1976 se calculaba que la superficie cultivada era la mitad que antes de 1975. El hambre era inevitable y, con él, la deshumanización y el sometimiento al Angkar. Aunque quizá menos extendido que en la China del "Gran Salto Adelante", el canibalismo se convierte en costumbre.

La familia era considerada una forma de resistencia natural al poder absoluto del Partido, que debía llevar al individuo a una dependencia total del Estado. Por tanto, las familias eran separadas y la autoridad paterna castigada: la educación era responsabilidad exclusiva del Angkar. Los sentimientos humanos eran despreciados y considerados un pecado de individualismo. Sólo por intentar ayudar a alguien se recibía una paliza puesto que según el Angkar: "No es deber de nadie ayudar, al contrario, esto demuestra que todavía se tiene piedad y sentimientos. Hay que renunciar a esos sentimientos y extirpar de la mente las inclinaciones individualistas."

Los ciudadanos pertenecían al sistema, no a sí mismos. Su vida era totalmente regulada. Había que evitar cualquier fallo, incluso involuntario: un resbalón, la rotura de un vaso; no podían ser un error sino una traición contrarrevolucionaria que conducía a un castigo seguro. A veces la muerte, otras la flagelación, que en los más débiles era equivalente. Los niños también espiaban a los mayores en busca de culpabilidades reales o inventadas.

No había muertos, esa palabra era tabú, ahora tan sólo existían cuerpos que desaparecían. "Basta un millón de buenos revolucionarios para el país que nosotros construimos", se rezaba en las reuniones de los Jemeres Rojos. El destino de los demás era evidente. La muerte cotidiana era lo frecuente; curiosamente los casos considerados graves eran los que iban a prisión, donde se obligaba con tortura a la delación y, finalmente, se ejecutaba a los presos.

Un detenido por el crimen de hablar inglés cuenta como fue encadenado durante meses con unos grilletes que le cortaban la piel. El desmayo era su único alivio. Todas las noches los guardias se llevaban a varios prisioneros a los que nunca volvían a ver.

Los niños no se libraban de la crueldad del sistema carcelario. Muchos eran encarcelados por robar comida. Los guardianes los golpeaban y les daban patadas hasta que morían. Los convertían en juguetes vivos colgándolos de los pies, luego trataban de acertarles con sus patadas mientras se balanceaban. A otros, en una marisma cercana a la prisión, los hundían y cuando empezaban las convulsiones, dejaban que apareciera su cabeza para sumergirlos de nuevo y así se extendiera la agonía que, para ellos, era normal aplicar a los contrarrevolucionarios.

En los campos, lo que causaba terror era la incertidumbre o el misterio que rodeaban las innumerables desapariciones. Los asesinatos se llevaban a cabo a discreción.

Para ahorrar balas y gastos al Estado socialista, sólo un 29% de los condenados a muerte eran fusilados. El 53% moría con el cráneo aplastado por una piedra, el 6% ahorcado, el 7% ahogado en el agua y el 5% apaleado. Todos los cadáveres eran luego usados como abono para los arrozales.

¡¡ Pura eficiencia socialista de los recursos naturales y medioambientales!!.
¡¡Puro equilibrio presupuestario al estilo más socialista!!


En cuanto a la película, la historia se centra en la Camboya de agosto de 1973.

Ya se ha producido la declaración oficial del fin de la guerra en Vietnam pero el conflicto se ha extendido a Camboya, donde los "Jemeres rojos", un movimiento revolucionario socialista, pretenden controlar el poder mediante el uso de la violencia.

Un periodista del New York Times y el resto de los súbditos con pasaporte extranjero se encuentran recluidos en el Hotel “Le Piñón” a la espera de ser trasladados a sus países de origen. Los colegas periodistas del camboyano Dith Pan tratan de falsificar su pasaporte haciéndole pasar por súbdito norteamericano para evitar ser ajusticiado despiadadamente por los Jemeres Rojos. La pesadilla ha comenzado





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