Reflexión para hoy:

     

sábado, 20 de febrero de 2010

Redistribuir la riqueza de otro



Si un negocio es lucrativo es porque alguien lo gestiona con eficacia; personas valientes y diligentes que arriesgan sus ahorros en la inversión y que le dedican muchas horas sin disfrutar de ese limite de jornada que tienen los trabajadores que contrata. Los empleados tienen asegurado el sueldo mientras que a un empresario nadie le asegura un beneficio, salvo que sea amiguete del gobernante déspota de turno y le otorgue un monopolio, pero esto ya no es capitalismo democrático sino capitalismo de Estado o mercantilismo. Son diferencias sustanciales que hasta un tonto comprende, pero un socialista no estoy tan seguro puesto que la envidia por la prosperidad o fortuna de otro siempre le ciegan.

Hablando de los denostados emprendedores o empresarios, ¿por qué los trabajadores liberados que medran y parasitan en los sindicatos nunca montan un negocio arriesgando sus ahorros y patrimonio? Muy sencillo, porque dedicarle a un negocio más horas que lo que estipula la jornada oficial es duro y porque saben que existe el socialismo y, si va bien la inversión, al final algún sinvergüenza liberticida investido de poder popular podría quitárselo con ese invento de mierda denominado justicia social o redistribución de la riqueza que legitima el robo institucionalizado.





Supongamos que somos políticos populistas y que en un pequeño pueblo de 4 habitantes realizamos un experimento de ingeniería social para redistribuir la riqueza con la perversa intención, pensando en las próximas elecciones, de que todos los ciudadanos tengan asegurados 1000 euros como renta mínima. Por lo tanto, si el ciudadano “A” ha trabajado en su tierra obteniendo 2500 euros por su cosecha, le quitamos 1500 euros y lo repartimos entre los ciudadanos “B”, “C” y “D” que tienen menos ingresos y no superan el umbral de renta mínima.

Al ciudadano “B” le damos 1000 euros porque no obtuvo ninguna renta, ya que prefirió vender la tierra para irse de vacaciones con la idea de buscarse un empleo a su regreso y convertirse en un trabajador por cuenta ajena en una oficina u opositar para ser funcionario. Para este ciudadano, ser propietario de la tierra y sacarle un beneficio gestionándola con eficacia suponía mucha responsabilidad; además los trabajos del campo le parecían demasiado penosos y sacrificados.

Entregamos 400 euros al ciudadano “C” porque obtuvo sólo 600 euros en la venta de su cosecha al no poder recolectar toda porque perdió parte a causa de una granizada; sin embargo, este ciudadano en lugar de contratar un seguro agrario que le cubriera dicha contingencia prefirió comprar un móvil de última generación a cada uno de sus hijos.

Al ciudadano “D” le damos 100 euros porque vendió su cosecha a 900 euros, un precio menor que el obtenido por el ciudadano “A”, puesto que no le había dedicado tantas horas de trabajo para empaquetarla en condiciones y buscar mejores ofertas de transporte para llevar sus productos al mercado central como así lo hizo el ciudadano “A”.

¿Creéis que el ciudadano “A” se esforzará al mes siguiente para conseguir más beneficio? ¡No!, porque si sigue trabajando con la misma intensidad y responsabilidad para aumentar sus ingresos sabe que le van a obligar a entregar de nuevo parte del fruto de su esfuerzo para que se igualen las rentas de los demás. Así el ciudadano “A” pensará que el esfuerzo o la plena dedicación en el trabajo no sirven de nada y no trabajará más de lo necesario para alcanzar los 1000 euros. Cuando ocurre esto la cantidad total de ganancias a distribuir se habrá reducido; entonces, la cantidad mínima de renta garantizada para todos los ciudadanos habrá que disminuirla si nos obstinamos en mantener esa atrocidad denominada redistribución de la riqueza.

Al mes siguiente se repetirá lo mismo con las mismas o parecidas circunstancias que serán inevitables debido a la idiosincrasia del ser humano. Ahora multipliquemos esto por una población de millones de habitantes y comprenderéis como una sociedad próspera y rica puede venirse abajo. Una muestra de esto sería el caso de la desgraciada Argentina, potencia mundial en el pasado y ahora hundida en el fango de la miseria y el subdesarrollo gracias al peronismo populista que sufren los argentinos en su dos versiones: socialista de derechas y socialista de izquierdas.

En el sencillo ejemplo que he expuesto podemos entender como los políticos populistas que gestionan un Estado intervencionista y planificador ven a la riqueza como una tarta inagotable a repartir hasta que un día observan aterrados que el sabroso pastel se acaba, que la tarta se va achicando hasta que sólo quedan unas migajas, pero lo hacen de forma disimulada para que la ciudadanía no se entere y siga confiando en Papá Estado. Entonces buscará culpables, cuyos preferidos son los empresarios especuladores, la economía de mercado o el imperialismo USA. Así hace creer a la ciudadanía de que el socialismo vela por ellos y es su única esperanza; y si algún ciudadano no se cree el cuento, rápidamente el poder liberticida le aplicará una dosis de “proletarina” coactiva para normalizarle.

Después de lo expuesto, ¿Dudáis aún de que un sistema que penalice el esfuerzo o el sentido del deber y favorezca la imprudencia, la irresponsabilidad o la holgazanería, siempre liquide las virtudes y se hunda en las vilezas?

Traigo a colación lo que los obreros solían decir en la antigua URSS: “El Estado simula pagarnos y nosotros fingimos que trabajamos". Para evitar estas declaraciones populares el socialismo soviético recurría a matar a los ciudadanos poco productivos directa o indirectamente, es decir, con un tiro en la nuca o con un viaje pagado, sólo de ida, a campos de trabajo. Mientras tanto, el sistema socialista no dejaba de utilizar la propaganda tergiversada y estúpida a través de documentales y películas donde se observaba a trabajadores muy productivos al estilo del famoso minero Estajanov, cuyas tareas en la mina suponían un record de producción sobre todo cuando se pasaban a cámara rápida.

El socialismo conoce perfectamente que para robar las rentas a unos y entregárselas a otros es necesario el lavado de cerebro de toda la sociedad. Manipulaciones como la de Estajanov tenían el propósito de fascinar al pueblo de las bondades de trabajar felizmente para la comunidad, la igualdad social y la redistribución de la riqueza, pero para el que rechazara la lobotomización colectiva, para esos se le reservaba unas vacaciones indefinidas en Siberia, porque un Estado socialista que no acojona es imposible que pueda redistribuir la riqueza.

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